martes, 13 de noviembre de 2012

Agarrando mañas

En cuanto pegué publicidad para que alguien viviera conmigo y me echara la mano a pagar la renta, recibí muchas llamadas de alumnos que querían compartir el cuarto. Los entrevisté a todos, pero ninguno me daba la suficiente confianza para que compartiera conmigo el mismo techo. No tuve más opción que resignarme. Tener que pagar toda la renta solo, va a estar muy cabrón. 

Tenía poco más de un mes que había entrado a la escuela, cuando conocí al Negro. No es albur ni nada por el estilo. El Negro es un compañero de la escuela —quiero aclarar que no soy racista—. Me dijo que ese pinche apodo, se lo puso su mamá. Desde chiquito le decían así y ya se acostumbró. Entonces, me dijo que también le dijera así. Entre la plática, me dijo que se tardaba dos horas de recorrido desde su casa hasta la escuela. Se me ocurrió mencionarle que estaba buscando a alguien que viviera conmigo, y así, repartirnos los gastos de la renta. Me preguntó cuánto cobraría y, en cuanto le dije, de inmediato me pidió que compartiera el cuarto con él. Ahora vivimos juntos. 

Es a toda madre ese cabrón. La característica más destacable que tiene, el ojete, es una mata que le llega hasta la cintura —seguramente influencia de la música que escucha, heavy metal—. Creo que por eso me cayó bien, entre otras cosas. Además, es bien pedo, fuma de a madres —igual que yo—, y es bien huevón. Todo el día está dormido. No sé cómo llegó a tercero de preparatoria; nunca lo veo hacer tareas ni estudiar. Bueno, si consideramos que a la escuela le dicen la “vas si quieres”, ya no me asombra tanto. 

La semana pasada, durante la mañana, me preguntó si me molestaban las visitas. Le contesté que no. Al otro día, no llegó a ninguna de las clases. No se me hizo raro. Seguramente se quedó dormido. Cuando llegué de la escuela y abrí la puerta, me di cuenta que todo el cuarto tenía un olor a pescado. Me dio un chingo de asco. Dejé mi mochila en la entrada y me asomé para ver que pasaba. Todo se veía normal. De repente, escuché unos gemidos. Volteé hacia el baño y vi que estaba medio abierta la puerta. Dentro se encontraban, el Negro y una muchachona, teniendo relaciones sexuales. Los vi de reojo. Seguramente el Negro la contrató, porque ella estaba muy guapa para que él. Salí rápido de la casa, ya que no quería interrumpir. Afortunadamente no me vieron entrar. 

 Últimamente me he dado cuenta que, el Negro, saca lo peor de mí. Desde que me junto con él, he cambiado mucho. Inclusive, me he vuelto bien vulgar. Pero, viéndole el lado amable, ya se me quitó lo depre.

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