domingo, 4 de noviembre de 2012

Preludios


Este es el último fin de semana que duermo en mi casa. Aún no me voy y ya comienzo a extrañarla. El domingo por la tarde debo salir rumbo a la central de autobuses para dirigirme a mi nuevo hogar. Otro ciclo escolar se acerca.

Sinceramente, hoy  planeaba no hacer nada. Solo quería empacar y quedarme, todo el día, acostado. Pero Carla vino a verme. No sé cómo entró. Solamente recuerdo que comenzaba a ganarme el sueño, producto del ocio, cuando ella me despertó con un beso en la frente. Cuando me despabilé, notó que mi mirada estaba muy perdida, y me preguntó qué pasaba. No le dije nada, pero esta vez insistió en que le diera una respuesta. Por todos los problemas con que lidié, olvidé decirle que el lunes volveré a la escuela. Un nudo en la garganta comenzó a ahogarme. Con voz carraspera, le di la noticia. Se sorprendió mucho al escucharme, pues ella creía que jamás volvería a estudiar. Lo único que pudo decirme fue “felicidades”. Me quedé anonadado. Pensé que se molestaría porque no le dije antes. Pero en vez de eso, me hizo a un lado y se acostó junto a mí.

Cayó la tarde sin que nos diéramos cuenta. La mañana se nos había ido platicando de cosas sin sentido, o al menos eso pienso porque no recuerdo nada de lo que hablamos. De repente sonó su celular, su madre le llamaba. Carla prefirió no contestar. En ese momento se levantó y me jaló de un brazo para que también yo me levantara. Me miró fijamente a los ojos y con voz tierna me deseo suerte. No recuerdo lo que me dijo después. Me perdí en su mirada. Se acercó para despedirse. Sus labios, con mucha ternura, apenas si tocaron los míos. Entonces volvió a mirarme a los ojos y me besó una vez más, pero esta vez, durante mucho tiempo. El segundo beso fue totalmente diferente. Volví a tener esa sensación que hacía mucho que no me invadía. Sentí como ese gran vació que tenía dentro del pecho era llenado lentamente. Mis manos tocaron su piel, suave e impregnada de un aroma a rosas, y mi respiración comenzó a acelerarse por el latir desmedido de mi corazón. Entonces, percibí un sabor salado que contrastaba con el dulzor de sus labios. Sus ojos habían desprendido una lágrima que rodó por su mejilla y llegó hasta nuestros labios que no dejaban de amarse.

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